Night Journey Page 7
—Pertenezco a Al-ah —dicen—. Pertenezco a la Nada.
Como quien abre puertas al alma fugitiva o muere sin hacer ruido, como una imagen, sé que debo entrar y pagar el tributo. Está en juego este mundo y la eternidad. Alguien me observa, alguien que dice amarme, que afirma que aún no he escrito un
verdadero poema porque, de haberlo escrito, la guerra se hubiera encendido, impiadosa, en el hueso de mi corazón. Entro al círculo, hago la genuflexión, pronuncio el juramento y huyo. Mientras me alejo, desde dentro del círculo, mi observador grita:
—Te llamaré para tu cumpleaños.
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Terra Incognita
In a true poem, the words contain things.
—RENÉ DAUMAL
In the kingdom of black mirrors where Ethiopians will not venture, beyond the second cataract of the Nile (according to the maps of Claudius
Ptolomeus), a war has devastated everything. Barr Adjam, year 300 of the hegira. Men cannot be distinguished from landscape: blind caravans on the immense deserted sand. They are thirsty, frightened. I join their procession until we reach an encampment. The camp holds the key to our
rough march, thousands of sun-colored men, their hands parallel, genuflecting.
“I belong to Al-lah,” they say. “I belong to Nothingness.”
Like one admitting a fugitive soul or dying mute, like an image, I know I should enter and pay tribute. This world and eternity depend on it.
Someone is watching, someone who claims to love me, who says I have not yet written a true poem because, if I had, war would have flared, pitilessly, in the marrow of my heart. I enter the circle, genuflect, pronounce the oath and flee. As I move into the distance, from within the circle the watcher cries:
“I’ll call you on your birthday.”
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Peridural y despojo
Mi hermana descansa en un ataúd sobre la cama y yo sentada a su lado, el rostro desierto, como a la espera de algo. Unos pájaros blancos, de guantes blancos, embozados de blanco, van y vienen.
Cuervos melancólicos, cortejando a la muerte fluorescente. Entran y salen por incontables puertas mientras la noche enturbia el cuarto colmado de relojes. De pronto, se escucha toser adentro del cajón. Uno de los médicos dice:
—Ahora.
Empiezan a imprimirle el cuerpo de anestesias. Un sinfín de promesas, ritmos en la sangre, cierto frío.
Como quien borda el cuerpo de la noche, mutila el silencio para que algo se oiga. Empiezan a coserle una memoria en falso, a arrebatarle la mañana de sus ojos. Le asoman un sol helado a los labios, ponen un canto en su garganta seca. Alguien
dice:
—Es una niña. Una niña hermosa.
Ninguna diosa del parto trae un alma de regalo.
Nadie danza en sus cabellos de fuego rojo.
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Epidural and Plunder
My sister rests in a coffin on the bed and I seated at her side, my face abandoned, as if waiting for something. Some white birds in white gloves, shrouded in white, come and go. Melancholy
ravens, courting fluorescent death. They come and go through numberless doors while night obscures the room full of clocks. Suddenly, from inside the box, a cough. One of the doctors says:
“Now.”
They begin to print anesthetics on her body. A farrago of promises, rhythms in the blood, a certain chill. Like someone embroidering night’s body, mutilating silence for the sake of an echo.
They begin to stitch a false memory into her, despoil her of the dawning life. They raise an icy sun to her lips, a song to her dry throat. Someone says:
“It’s a girl. A beautiful little girl.”
No goddess of childbirth presents her with a soul.
No one dances in her fire-red hair.
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Hieros gamos
Desde el piso superior de la casa donde estoy, veo una boda medieval. Carromatos, pequeñas niñas de tul, un cuchicheo incesante de palomas blancas. La gente tira arroz y una troupe de magos y laúdes y manteles sobre el tapiz verdoso del bosque. Al este de todas las cosas, un poco alejada del resto, una mujer misteriosa vestida de organza habla por teléfono público. Su tono es dulce y urgente a la vez, habla con su maestro. Oigo que dice:
—Necesitamos familiarizarnos con el viaje innúmero.
Repetir el número mágico hasta olvidarlo.
De pronto, desaparece todo. Ya no quedan sino huesos esparcidos por los manteles cuadriculados, pequeños granos de arroz como perlas y una pareja de novios que ruge a contrapelo del viento. Me alejo de la ventana. Sobre mi cabeza, cruzan pájaros.
Tan inmóviles, como flechas que apuntaran a
cosas ni pensadas.
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Hieros gamos
From the top floor of the house, I look down on a medieval wedding. Wagons, little girls in tulle, an incessant gurgling of white doves. People throwing rice and a troupe of magicians and lutes and tablecloths on the green tapestry of the forest. To the east of it all, slightly away from the rest, a mysterious woman in organza is talking on a public telephone.
Her tone both gentle and urgent, she is speaking to her master. I hear her say:
“We must acquaint ourselves with the numberless journey. Repeat the magic number until it is forgotten.”
Suddenly, everything vanishes. Nothing is left but bones strewn on the checked tablecloths, little grains of rice like pearls and a bride and bridegroom howling into the wind. I walk away from the
window. Birds cross above my head. So motionless, arrows pointing to unheard-of things.
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Diálogo con Gabriel IV
—Sólo un acatamiento —dijo Gabriel—. Un
acatamiento absoluto, que incluya la locura, el engaño, la tristeza vacía, el mal que hay en las cosas, pero también el hondo esplendor de la travesía, esa gran pasión humana. Sólo un acatamiento ha de llevarte al centro invisible del poema. La verdad es un camino que hay que tolerar: espera en el climax del silencio o lo precede y lo sigue, como una patria. Después, enseguida, tendrás que destruir, destejer la malla espesa donde se escuchan los gritos –desgarradores— del comienzo. En algún sentido, dejarás de escribir, al menos de escribir como quien acopia algo escaso en las arcadas del tiempo. Dejarás de ejercer esa impotencia.
De victoria en victoria, perderás tus batallas, todas, hasta que no quede más que un interminable invierno de esperas. Ah, sólo entonces la perfección no valdrá, ni siquiera como anhelo. No contará sino la densidad de las cosas, la hermosura pavorosa de lo real. En ese forcejeo, en ese laberinto de vientos imposibles, puede que te acerques al anverso que conoce toda vida, que logres que sea tuyo, incluso, aquello que no has hecho, que se te devuelva lo que escribiste de más, sólo por codicia, que algo te sea dado, como un presentimiento imperfecto. Pero todavía estás muy lejos. Se necesita una ceguera más profunda. . .
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Dialogue with Gabriel IV
“Only compliance,” said Gabriel. “Absolute
compliance, which includes madness, deception, the minus of sorrow, the evil in things, but also the hidden splendor of the voyage, that great human passion. Only compliance can carry you into the invisible center of the poem. Truth is a road that must be endured: it waits in the climax of silence or precedes and follows it, like a homeland. Then, immediately, you must destroy, unravel the close-woven mesh where the —heartrending— cries from the beginning resound. In a sense, you will leave off writing, at least writing like one who hoards a scarcity in time’s arcades. You will no longer exercise that impotence. From victory to victory you will lose your battles, all of them, until there is nothing but an endless winter of waiting. Ah, only then will perfection become worthless, even as an aspiration. Nothing will count but the density of things, the sublime in the real. In that wrestling, in that labyrinth of impossible winds, you may
approach the obverse hidden in each life, own—
even—what you have not done, find overweening lines retract, be graced
with something, like a flawed intuition. But you are still far from that. You must go deeper into blindness. . . .”
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Simurgh
He llegado una vez más a París pero no figura en mis planes el verte. Me instalo por azar en un hotel que queda frente al tuyo así que, en la gran ciudad, estamos confinadas al mismo recinto de tiempo gris, el mismo faubourg, el mismo métro. Como era previsible, necesito esconderme, calcular la sinopsis precisa de tus movimientos y de los míos (¿cómo explicarte que estoy aquí y no te he llamado?). Decidida a esperar tu partida, me demoro en el hall, un magnífico hall recubierto de espejos, donde una multitud se ajetrea sin fin. ¡Qué chiquito es el mundo! No lo puedo creer cuando te veo entrar. Me protejo enseguida detrás de una enorme columna semicircular, sin poder discernir si vas o venís, si te acercás, te alejás. Así, una eternidad . . .
hasta que me topo con vos, tu cuerpo ahí, tus grandes ojos grises, y ese pelo lacio a los costados del gesto, justo en el espejo que tengo enfrente, a menos de un metro, tu sorpresa punzante, desgarradoramente alegre, como si la noche hubiera visto de pronto el día, como si por fin hubieras escrito un poema, uno solo, sin faltar a la verdad.
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Simurgh
I have arrived in Paris again but do not plan to see you. I land in a hotel that faces yours so that, in the big city, we are confined to the same precinct of gray weather, the same faubourg, the same métro. As I might have known, I need to hide, to calculate the exact précis of your movements and my own (how to explain that I am here and
haven’t called you). Determined to wait until you leave, I linger in the hall, a magnificent hall lined with mirrors, where a multitude bustles endlessly.
What a small world! When I see you enter, I can’t believe it. I hide behind an enormous semicircular pillar, unable to tell whether you are coming or going, if you draw near, or walk away. And so on, forever . . . until I run into you, your body there, your large gray eyes, and that hair falling beside a gesture, right in the mirror in front of me, less than a yard away, your poignant surprise,
rackingly joyful, as if night had suddenly caught sight of day, as if you had finally written a poem, just one, without demeaning truth.
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El libro de los seres
Como siempre, el taxista me lleva a un sitio donde no quiero ir. Una vez me extravió en la calle Siria, otra vez aparecí en Retiro a cuatro cuadras de mi casa materna (cuando yo deseaba ir a la discoteca Roxy, en Manhattan). Ahora acaba de anunciarme que me dejará en Tetrópolis. Pero esta vez no protesto. Apenas me pongo un poco triste, sin saber que hubiera sido lo mismo si me hubiese llevado al lugar que yo quería (de existir ese lugar,
pongamos). En la radio se oye una música extraña, cortésmente le pregunto qué es. El taxista parece ofendido:
—Esto no es música, están recitando el Qurán.
Me deja en una ciudad luminosa y vacía, sin puertas ni alfabetos ni cementerios. Una ciudad de silencio, insomne, entre el amanecer y Turingia.
—Ha de saber —dice el taxista— que el único libro que cuenta ya ha sido escrito y se canta sin música y es la música más laboriosa e intraducible que exista, como una agonía.
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The Book of Being
As usual, the taxi driver takes me where I do not want to go. Once I was lost on Syria Street; another time I appeared in Retiro, four blocks from my mother’s house (when I wanted the Roxy disco in Manhattan). Now he has just announced that he will leave me in Tetropolis. But this time I don’t object. Just feel downhearted, uncertain; at my original destination (assuming it exists), would anything be different? The radio is playing strange music; politely I ask him what it is. He seems offended:
“This isn’t music; they are reciting the Koran.”
He leaves me in a luminous empty city, without doors or alphabets or cemeteries. A city of silence, insomniac, between dawn and Thuringia.
“You should know,” says the driver, “that the only book that matters has already been written and is sung without music and is the most laborious and untranslatable music in existence, like the process of dying.”
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El techo del mundo
Venecia sitiada en pleno invierno. Un cinturón de ejércitos feudales, ágiles como el desdén, aguardan la señal para atacar: buscan las fronteras de cierta región inexplicable, eso tan frágil que —dicen— se prostituye a lo invisible. Los venecianos se mueven como hormigas, se alistan a devolver la afrenta en el corazón de la batalla. En medio de la barahúnda, tomo de la mano a un niño, lo llevo al embarcadero y lo acuesto conmigo en una góndola mirando el cielo. Desde ahí, podemos seguir el mudo viento, el latido inintencional de la ciudad, la fiebre de la laguna helada, los caballos que atraviesan el cementerio en dirección a Mestre y también, más allá, los guerreros que llenan las riberas como cuervos, sus negras banderas de seda flameando como hordas de un motín siniestro. Ah, el cielo es un espejo. Y la escena una danza estática, insaqueada en su belleza.
—Algo quiere fracasar sin dejar huellas —digo—. La forma es el disfraz del tiempo.
Después nos quedamos, el niño y yo, rumiando el curso de las estrellas.
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The Roof of the World
Venice under siege in the dead of winter. A cordon of feudal armies, agile as disdain, awaits the signal to attack: they are pursuing the frontiers of a certain inexplicable region, something so fragile that—they say—it is the whore of the invisible. The Venetians swarm like ants, enlist to return the insult in the heart of battle. In the midst of this tumult, I take a child by the hand, lead him to the dock, and we lie in a gondola looking up at the sky. From there, we can follow the mute wind, the unintentional heartbeat of the city, the fever of the frozen lagoon, horses riding through the cemetery toward Mestre and also, farther on, warriors who line the banks like crows, their black silk banners flaming like hordes of a sinister mutiny. Ah, the sky is a mirror. And the scene an ecstatic dance, undespoiled in its beauty.
“Something wants to fail without a trace,” I say. “Form is the masquerade of time.”
Then we remain, the boy and I, pondering the pathways of the stars.
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El juego sin nombre
Estoy recostada en un sillón, al borde de una autopista, hablando con mi madre. Ella dice:
—Lo sabía. (Se refiere a las disputas con mi amante que aparece en segundo plano, como Velázquez en el cuadro de Las Meninas. )
Un hombre casi viejo, a quien odio y admiro a la vez, un monarca más gris que la bruma, se acerca y empieza a tocarme en la zona del corazón. (Mi madre ha desaparecido.) No hay erotismo en sus gestos. Apenas, entre él y yo, la vigilia y colores que no existen. Le pregunto si existo de verdad. Le pido que enumere mi rosario de crímenes. Alguna prueba eficaz. Algo más que esta fiebre, esta ausencia atareada, este empeño de emociones rígidas como el metal. Su figura es un bosque.
Dardos en combate. Una imagen huraña en un espejo.
—Si no deja de tocarme —pienso—, abrirá en mí una distancia, un abismo presuntuoso (como el que aparta a una piedra de sí misma). Acabaré tratando de robarle una forma, de inventar un sentido, de decir lo que no debe decirse —bajo ningún pretexto— en palabras. Me perderé.
Silencio. Pasa una leve sombra temblorosa. El resto es la autopista y yo entrando en lo anónimo, el sordo susurro de un trozo de escritura mientras sube la noche, la noche sube, pálida.
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The Anonymous Game
I am lying on a couch, beside a highway, talking with my mother. She says:
“I knew it.” (Referring to my arguments with my lover, who appears in the background, like Velázquez in Las Meninas.)
An older man, someone I both hate and admire, a monarch grayer than mist, approaches and begins to touch the area around my heart. (My mother has disappeared.) His movements are not erotic. Just barely, between us, a vigil and nonexistent colors. I ask him if I truly exist. I ask him to enumerate my rosary of crimes. Some suf
ficient proof. Something more than this fever, this hectic absence, this tenacity of emotions rigid as metal. His figure is a forest.
Darts in combat. A sullen image in a mirror.
“If he doesn’t stop touching me,” I think to myself,
“a space will open inside me, a presumptuous chasm (like one estranging a stone from itself ). I will be forced to snatch a form from him, invent a meaning, say what must not—on any pretext—be said in
words. I will lose myself.”
Silence. A faint trembling shadow passes. The rest, highway and I entering the anonymous, the dull murmur of a piece of writing while night rises, night rises, pallor.
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Hurqãlyã, ciudad peregrina El viento en su desvelo presencia todo. Como dispuesto a inscribir algo en lo real. Pero nosotras estamos perdidas. En la ciudad fría, en la violencia del macadam y los parkings, los espejos son pájaros dormidos. No hay fuegos victoriosos, no se ven las montañas de Qãf. La noche y su recinto, para un pequeño teatro: el yo.
¿Hasta cuándo nos rodearán los pantanos? ¿Hasta cuándo la muerte ocultará su país de ciudades blancas?
¿Sus llaves que abren al Gran Mar? ¿Sus múltiples baldíos donde por un instante brilla lo no dicho? Más allá, dicen las guías, no más acá de la tensión y los nudos, reside la verdadera palabra, ave fénix que habita los andamios del alma. Tendrás que elegir una pena, una sola. Renunciar al miedo. Si oyes un anillo de silencio, escúchalo: él también es un mundo.
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Hurqãlyã, Peregrine City Vigilant, the night wind witnesses everything. As if deigning an imprint on reality. But we are lost. In the cold city, in the violence of asphalt and parking lots, mirrors are sleeping birds. No triumphal fires, the mountains of Qãf invisible. The night and its nook, for a little theater: the I. How long will we continue to be surrounded by marshes? How long will death conceal its country of white cities? Its keys that open on the Great Ocean? Its many vacant lots where for an instant the unsaid gleams? Farther on, say the guidebooks, beyond tension and kinks, is the habitat of the true word, that phoenix dwelling in the scaffold of the soul.