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Night Journey Page 4
Night Journey Read online
Page 4
The island is small. Its evenings tranquil, satiny. Its bridges, made of light. That is why, when we see that long-maned white horse lift its hooves from the water as if rearing or playing, we do not know what to do. The horse will bring on the night and erase the curves of the island. Oh no, not again.
The question, abrupt as a sword: Do we still exist?
Isn’t the monotonous fluctuation from and toward a supposed reality over yet? Is something starting to construct things? To hide from itself in con-sciousness? No, not again. To die is not living. It can’t be the same. We turn around, leaving the horse behind, like an ultimatum.
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El bebé
El que no tiene nada que esconder,
no tiene nada que mostrar.
—MARGUERITE DE HAINAUT
Mi bebé está jugando en la bañera, feliz.
Comienzo a lavarle la cabecita y así transcurre cierto tiempo. Entonces él empieza. Cuando voy a enjuagarle el pelo, no lo encuentro. Me doy vuelta y ahí está otra vez. No entiendo qué
ocurre y me pongo seria. Lo reto. No me gusta lo que hace. El bebé se ríe, cada vez más divertido, resplandece un instante y vuelve a desaparecer.
Mi impaciencia no logra sino empeorar las cosas.
Cada vez aparece y desaparece más rápido, ni me da tiempo a protestar. Bajo las capas del malestar, alcanzo a ver su mirada pícara, mi ceguera es su victoria, mis celos su pasión. Por un tiempo, combato aún: no sé agradecer la impotencia. El bebé sólo quiere jugar. El juego deslumbra y dura la vida entera.
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The Baby
He who has nothing to hide,
has nothing to show.
—MARGUERITE DE HAINAUT
My baby is playing in the bath, delighted. I begin to wash his head and spend some time at this.
Then he begins. When I start to rinse his hair, I can’t find him. I turn around, and there he is again. I don’t understand what is happening, and grow stern. I scold him. I don’t like what he’s doing. The baby laughs, more and more amused, glimmers for an instant, and vanishes again. My impatience only makes things worse. He disappears more and more quickly, doesn’t even give me time to protest. Through layers of uneasiness, I glimpse his mischievous glance; my blindness is his victory, my jealousy his passion. For a while, I go on resisting: I don’t know how to welcome impotence. The baby just wants to play. The
game is dazzling and lasts a lifetime.
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Las tres madonas
Un bosque o jardín de sombras. Todo a punto de arder o de estallar, como si algo se hubiera perdido y fuera urgente encontrarlo. Tres mujeres (o una sola, declinada en tres cuerpos) atraviesan portales abiertos de par en par. Comienzan a oírse campanas, cada vez más luctuosas, a verse resplandores de luces que ocurrieron, tal vez, en un sueño y que alguien olvidó aquí, como cadáveres, sobre este verde insólito. Los vientos, altos como pinos. La más vieja de las mujeres viste un traje antiguo, miriñaque, sombrilla con delicadas violetas de piqué. Trae una carta cuyo destino es Sèvres. La segunda es la novia sensual de la penumbra. La menor, una nena austera y misteriosa, aturdida por el pulso de su propio corazón. Una a una, atraviesan las puertas invisibles, cada una en la parcela de sombra que le pertenece, como si nada pudiera distraerlas. Parecieran no temer los árboles de musgo o amar su propia muerte o creer que, al final de las puertas, está Dios. Llega la noche. Toda belleza se disipa, veloz como el otoño.
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The Three Madonnas
A forest or garden of shadows. Everything on the verge of burning or exploding, as if something had been mislaid and had to be found. Three women (or one, declined in three bodies) pass through wide-open portals. Bells begin to ring, more and more lugubrious, flashes of light to appear; perhaps they occurred in a dream and someone forgot and left them here, like corpses, on this rare green. The winds, tall as pines. The oldest woman wears an antique dress, a hoop skirt, dainty piqué violets on her parasol. She holds a letter addressed to Sèvres. The second is the sensual bride of dusk.
The youngest, a grave and mysterious girl stunned by the beating of her own heart. One by one they pass through the invisible doors, each in her own portion of shadow, as if nothing could distract them. They seem not to fear the mossy trees or to be in love with their own death or to believe that beyond all doors, lies God. Night comes. All beauty dissipates, swift as autumn.
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Tout cherche tout
(a Fuseli)
Un ángel violento vendrá y me llevará hasta sus noches de corazón mordido. Celebraremos
unas nupcias para que los pájaros de mantos
negros alaben nuestra cueva. Desnudas en la
geometría del silencio, canto errante en diálogo fraterno, nuestras almas bailarán su tragedia de simultánea luz y de intemperie. Después nos
mudaremos a este sitio inhóspito, nos
alimentaremos de besos rojos hasta que se
propague la brusca ausencia.
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Tout cherche tout
(to Fuseli)
Here comes a vehement angel to carry me
toward his nights of the careworn heart. Our wedding feast designed to draw black-mantled birds to laud our cave. Naked in the geometry of silence, drifting song in fraternal dialogue, our souls will dance their tragedy of
simultaneous light and hazard. Then we will
move to this inhospitable place, gorge on red kisses until brusque absence becomes
infectious.
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Carta a Sèvres
You are forced to be a good loser,
everything has run past you and away from you.
—ARTUR LUNDKVIST
«. . . Ahora que llueve, que irrumpen las voces de la noche, el vientre de la noche, la inspiración azul. Que todo se derrumba al fondo de sí mismo, los héroes huyen, el silencio brama, lo cerrado es abierto, la parte el todo, lo ambiguo ambiguo. Que me pierdo en ciudades que aún no he sido, azorada de lo que existe sin ninguna razón, sin reclamar un sentido, y es vasto y múltiple y vacío como un poema que le habla a Dios.
Que estas líneas al filo de mi cuerpo consuman por fin lo inexistente y su alegría, este elusivo interregno que soy, ese jardín ilegible donde la dama deshonesta escribe en su rincón de sombras. Y todo sucede tan lento, el temor y la tensión, ese futuro perdido como una pena, el deseo que hace tanto es una enfermedad, todo ocurre como si lo hubiera traído un visitante, una parte de mí más grande que yo, la que tiene un sueño incumplido pero la idea se le escapa, como una promesa. Y está bien así, todo debe aprender a perder, a volver al reino de lo desconocido, incluso el amor más durable, el que se ignora a sí mismo. Ahora que los cantos no importan, o importan en la medida en que fracasan (pues la belleza se revela —sólo— en aquello que se quiebra), que me he quedado sola, sola en la casa ciega, yo, la novia sensual de la penumbra, y alguien susurra a mi oído el arte de limpiar el jardín. . .»
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Letter to Sèvres
You are forced to be a good loser,
everything has run past you and away from you.
—ARTUR LUNDKVIST
“. . . Now that it is raining, that night voices irrupt, the belly of night, blue inspiration. That everything collapses into itself; heroes flee, silence bellows, the closed is open, part is whole, the ambiguous ambiguous.
Now that I lose myself in cities I have not yet been, perplexed by the accident of things, by existence heedless of meaning and vast and multiple and empty as a poem addressed to God. That these lines at the edge of my body finally consume the nonexistent and its joy, this elusive interregnum that is myself, that shady corner of the illegible garden where the deceitful lady does her writing. And everything happens so slowly, terror and tension, that future lost like an affliction, desire that has been a vice for years, everything happens as if brought along by a visitor, a part of myself larger than I, which has an unfulfilled dream whose idea escapes her like a promise. And nothing is wrong with that, eve
rything must learn to lose, to return to the realm of the unknown, even the most enduring love, the one that does not recognize itself.
Now that songs do not matter, or matter to the degree to which they fail (because beauty is revealed—solely—
in what falters), that I am alone, alone in the blind house, I, the sensual bride of dusk, and someone whispers in my ear the art of gardening. . . .”
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El diccionario infinito
Un empleado de rostro aceitunado controla mi pasaporte en un mostrador de American Airlines. Sin énfasis, como quien suele mandar, dice:
—Su computadora.
Yo dudo un instante pero su mirada es tan dulce. Su voz un arrullo. Es arduo seguir sus movimientos.
Toma mi computadora, la pasa por su máquina de escribir (que es mucho más grande) y ¡me borra la memoria! Desencajada, ciega de furia, exijo hablar con el gerente, casi no puedo respirar, gritaré, me pondré pálida, desgraciado, nada me compensará de esta pérdida. El empleado me mira divertido.
—También lo perdiste todo —dice— al salir de Egipto.
Su sonrisa dura una eternidad. Como un viento en el paisaje de un cuadro. O cuervos sobrevolando un campo ensangrentado. Llega el gerente de buen humor y enciende la computadora. La pantalla empieza a arder como una salamandra. Aparece un diccionario infinito. Su primera palabra es Shams.
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The Infinite Dictionary
An employee with an olive face checks my passport at an American Airlines counter. Evenly, like one accustomed to authority, he says:
“Your computer.”
I hesitate a moment, but his gaze is so tender. His voice a lullaby. Hard to grasp what he does next. He takes my computer, passes it through his typewriter (which is much larger) and—erases the memory!
Beside myself, blind with rage, I demand to speak to the manager. I can hardly breathe, I’ll scream, turn pale, you fool, nothing can make up for what I’ve lost. The employee regards me, amused.
“When you left Egypt,” he says, “you lost
everything, too.”
His smile lasts an eternity. Like wind in a painted landscape. Or ravens circling a bloody field. The manager arrives, good-humoredly, and turns on the computer. The screen begins to flame like a salamander. An infinite dictionary appears. Its first word is Shams.
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Las ventanas del siglo
Un museo militar frente al océano: es aquí donde voy a pasar mis vacaciones. Desde los ventanales, un poco elevados sobre el agua, me llega el claro mundo. Puedo ver parejas enlazadas contra el fondo de una playa de guijarros: figuras de rostros lisos, como si las avergonzara un poco vivir, su
desamparo un tanto exagerado. De improviso, un hedor. Un grávido miasma como de bestia herida.
Tinieblas desde el fondo. El mar es un teatro enfurecido. Desde las ondas de la noche del agua, empiezan a surgir pájaros gigantes que se elevan contra el cielo y caen. Estruendo. Violencia entretejida. La luz ha dejado de alumbrar. Ligeros, incrustados de sombra, movidos por un viento que aturde. Es una flota, un escuadrón. Sobre la playa, los enamorados van siendo cubiertos por el agua.
Ya no puedo despegar los ojos de esas manchas, esas alas verdosas sobrevolando y desapareciendo en la gran boca del mar. No puedo sino mirar esos
pájaros, agoreros, que rugen como la desventura.
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Windows on the Century
A military museum overlooking the ocean, this is where I am to spend my vacation. Through
the tall windows, just above the water, a bright world reaches me. I can see couples embracing against the background of a pebbled beach:
figures with smooth faces, as if faintly shy of living, their helplessness almost too much.
Suddenly, a stench. A pregnant miasma, like the spoor of a wounded animal. Shadows surging
from the deep. The sea is a maddened theater.
From the undulating night of water gigantic
birds begin to advance against the sky and fall. A crash. Violence interwoven. The light no longer shines. Quick, encrusted with shadow, buffeted by a deafening wind. It is a fleet, a squadron. On the beach, water rising above the lovers’ heads. I can’t take my eyes off those blots, those greenish wings surveilling us and vanishing into the wide sea mouth. I can’t take my eyes off those birds, foreboding, which bellow like adversity.
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Diálogo con Gabriel II
A Gabriel le aburre soberanamente el pasado. Lo que llama, no sin cierta ternura, las tragedias privadas.
Por eso, cuando le cuento cosas que han ocurrido en el tiempo, me mira sin pestañear y enseguida se desentiende.
—Las anécdotas —dice— pueblan y confunden y el camino es estrecho. En esto de existir, conviene quedarse en lo oscuro: no hay más elocuencia que la de los enigmas. El corazón lo sabe. Por eso se mueve en silencio, evitando avanzar y también huir. Sin el reproche que es lento, sin la atadura de los sentimientos, sin la urgencia de la ambición, la ruta hacia la nada resplandece: las cosas flotan como en la mirada de un dios, en una topografía invisible.
Créeme, la pena no es necesaria. Sólo un
cuerpo traslúcido. Un apego al olvido, los sitios devastados. Una vocación a la luz, brillante como la sabiduría de jugar. Algún día, tomarás el cuaderno que está desde siempre esperándote
y empezarás a construir tus paredes de canto y después, a saltarlas.
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Dialogue with Gabriel II Gabriel finds the past supremely boring. What she calls, not without a certain tenderness, private tragedies. That is why, when I tell her of things that have happened within time, she gazes at me, unblinking, and immediately disengages herself.
“Anecdotes,” she says, “abound and confuse and the path is narrow. In this business of living, it is better to remain in darkness: nothing is more eloquent than riddles. The heart knows this. That is why it moves about in silence, avoiding advance or retreat. Without reproach, which retards, without the fetters of emotion, without the
urgency of ambition, the route toward nothingness glistens: things float as in the sight of a god, in an invisible topography. Believe me, pain is
unnecessary. Only a translucent body. An
attachment to forgetfulness, devastated sites. A vocation for light, brilliant as childsplay. Someday, you will take the notebook that has awaited you forever and begin to construct your walls of song and then, leap over them.”
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Los dos cielos
Ella teme saltar. Teme la tenue lámina del agua, es decir el borde agudo de sí misma y ese vaho sobre la superficie, esa duplicación de cielos. Teme saltar, como si la esperara un país neurótico,
resurrecciones, islas cantadas y vacías como fotografías de algo que no existe. En su corazón sopla un viento tan rojo. Atraído por la perfección del reflejo su cuerpo, pájaro fascinado por el perdigón, podría perderse y la niña, esa mirada que parte en dos la mañana. Sufrir y también dejar de sufrir. Qué haría sin la memoria de esa muchacha dulce, sin esas músicas que tranquilizan porque son tristes, ese goce entrenado como un perro, luna ambigua. Ella teme saltar. Ella ama el lugar del que huye.
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The Two Heavens
She is afraid to jump. Afraid of the tenuous blade of water, that is, the sharp edge of herself and that vapor hovering on its surface, that duplication of heavens. She is afraid to jump, as if a neurotic country awaited her, resurrections, islands epic and empty as photographs of the nonexistent. In her heart such a red wind is blowing. Attracted by the perfect quality of the reflection, her body, prey lured by buckshot, could lose itself, and the little girl, her gaze bisecting the morning. To suffer and also stop suffering. What would she do without the memory of that dear girl, without those comforting laments, that pleasure trained like a dog, ambiguous moon.
She is afraid to jump. She loves the place that she is fleeing.
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Fata Morgana
Venecia completamente hundida. Sólo se ven los duom
os, estatuas sobre los duomos, el cobre de algún campanil. En la tarde, el agua tiene el color de los espejos falsos. Melancolía en gris, duelo a la deriva. Pasa un zapato de charol negro, enorme, de taco altísimo.
Féretros envueltos en terciopelo rojo se mecen en el agua, como góndolas. Pienso: Estoy a salvo. El cementerio es esta isla amurallada. No hay nadie más que yo, e hileras de camisas con corbata (siempre en tono gris), manos que salen de la tierra, si uno levanta una de esas manos, aparece una mujer en vestido de otra época, al instante se desvanece, su expresión no es infeliz. (Siguen los ataúdes, siguen los espejos bajo la tarde en vilo.) Una bufanda azul se agita sobre una cruz, una fecha improbable sobre un muro. Entonces aparece el ángel con una pluma en la mano y dice:
—Ahora, cierra los ojos y vuelve a perder el sitio de tu extravío.
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Fata Morgana
Venice, underwater. Only the domes visible, statues above the domes, the copper of an occasional campanile. At dusk, the water deceives like a dull mirror. Melancholy in gray, mourning adrift. A black patent shoe passes by, its towering high heel. Coffins shrouded in red velvet rock on the water like gondolas. I think: I’m safe. The cemetery is this walled island. No one else is there, only lines of shirts with ties (all in newsprint), hands emerging from the earth; if one grasps and lifts any one of them a woman appears, in period garb; instantly, she vanishes, her expression far from grief. (Still present, the coffins, the mirrors under the suspended afternoon). A blue scarf waves around a cross, an improbable date on a wall. Then the angel appears with a quill in her hand and says: