Night Journey Read online

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  remain silent, almost reverent. We are nothing but a chain of men grasping golden ropes like a procession of the drowned. As the hour

  approaches, we go on walking. Seeing nothing but threads piercing the golden night of time and irregular repetitions.

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  Ecuyère y militar

  Ella piensa en un hombre y hace de él una imagen que la oprime: corpulento, traje militar, banda presidencial. Ella piensa en un hombre y se

  transforma en niña para que el hombre la mire arrobado. Como podría mirarse una ecuyère

  montada sobre un potro blanco en la pista encendida del circo. El la elige para bailar. La aloja en celdas suntuosas. La ecuyère hace un círculo, sin apartar los ojos de él. Algo anormal en el tiempo, como si un vidrio se clavara en la vida. El encaje y las riendas y los tafetanes a la luz desconfiada de los reflectores. Sobre la pista, la tan nombrada de costados verdes hace su primera aparición.

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  Equestrienne and Officer She imagines a man, creates an image that oppresses her: corpulent, military uniform, presidential sash.

  She thinks of a man and transforms herself into a child so the man will gaze at her, enraptured. As he would at an equestrienne riding a white circus mustang around the dazzling ring. He chooses her to be his dancing partner. Lodges her in sumptuous cells. The rider circles, her eyes fixed on him. A breakdown in time, as if a glass shard had severed life. Lace and the reins and taffeta in the spotlights’ watchful glare. On the

  tanbark, the notorious lipless grin, taking its first bow.

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  Los bosques de mármol

  He sido destinada a Napoleón. El país está en guerra y las calles, un ardor de mujeres harapientas, carros estridentes, gritos en un idioma que desconozco. Hay un algo de gloria miserable, un tono carmesí en los rostros desolados. Un taxi debe conducirme al campamento, el tiempo apremia. Atravesamos avenidas imponentes y enseguida, un bosque inmóvil, simétrico, un bosque de insidia y de silencio, troncos bañados de una luz tan pálida, brazos, ansiosas raíces al revés, erguidas como estatuas, las venas en la piel de mármol.

  Estoy en un inmenso parque de árboles humanos. Una gran tumba blanca. Y esas muecas, como si estuvieran viendo un recuerdo horrible, una codicia les comiera la cara. Estremecida (sin apartar los ojos), veo un último árbol, un feto gigantesco, cabeza de hombre y cuerpo de gusano.

  —Maghreb —dice el taxista—, el escultor se llama Maghreb.

  Con un hilo de voz, le digo que quiero regresar, le ruego que me lleve a casa. Se lo suplico. El taxista, impasible, no contesta.

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  The Marble Forests

  I am destined for Napoleon. The country is at war, and the streets, fervid with tattered women, strident wagons, incomprehensible cries. There is a hint of stunted glory, a crimson hue on desolate faces. A taxi is to take me to the camp, time presses. We cross imposing avenues and

  immediately, a still, symmetrical forest, a forest of insidiousness and silence, trunks bathed in such pale light, arms, anxious roots reaching upward, standing like statues, veins under marble skin. An immense park of human trees. A huge white

  tomb. And those grimaces, as if they were

  reviewing a horrible memory, covetousness

  devouring their faces. Trembling (without

  looking away), I glimpse one last tree, a gigantic fetus, a man’s head on a worm’s body.

  “Maghreb,” says the taxi driver, “the sculptor is named Maghreb.”

  My voice unraveling, I tell him I want to go back, beg him to take me home. I plead with him. The driver, unmoved, does not respond.

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  La pérdida

  Dejar que los barcos maltrechos lleguen a la playa.

  Olvidar el ulular de un viento erizado de algas, esos pájaros de alas tensas a orillas del silencio. Para qué perpetuar los naufragios: en los textos de naves el horizonte no existe. La mañana es clara. Una mujer bella y joven (parecida a Scarlett O’Hara) tiende ropa al sol. Canta, pero su boca no se mueve; una cierta armonía en rojo y malva, apenas, como en un cuadro de Memling, un efímero acuerdo entre la luz y sus manos. El jardín da a una casa de maderas blancas, pequeñísima. Un hombre hace el amor adentro con otra mujer. Y yo que miro todo desde la infancia, yo seducida ya entonces, el corazón calcinado, de tanto estar cerca una ausencia, el mismo miedo, la misma alegría intransitable. Me invade una rabia y giro hacia el océano. En un silencio plomizo, ominoso, primero veo un barco, y después otro y un tercero.

  Empiezo a gritar que hay que hacer retroceder a esos barcos. Como animal tardío, como joven que no ha viajado nunca, me transformo en soldado.

  Ya no dejaré de empujar barcos al océano. Los barcos volverán a sus rutas de ceniza y no habrá cambiado nada.

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  Loss

  To let the hulks reach the shore. Forget the ululations of a wind bristling with seaweed, those taut-winged birds on the banks of silence. Why perpetuate shipwrecks: in charts there are no horizons. A sunny morning. A young beautiful woman (like Scarlett O’Hara) is hanging out laundry.

  She is singing, but her mouth does not move; a certain harmony in red and mauve, tremulous, as in a painting by Memling, an ephemeral accord

  between her hands and light. The garden faces a white wooden house, tiny. Inside a man is making love to another woman. And I who see everything with a child’s eyes, already under a spell, heart burnt to ashes from long intimacy with absence, the same fear, the same impassable happiness. A wave of fury enters me and I turn toward the ocean. In a leaden, ominous silence, I see first one ship and then another and a third. I start to shout: those ships must be sent back. Like a sluggish animal, like an untraveled youth, I become a soldier. I cannot stop shoving the hulks back into the ocean. They will return to their ashy routes as if nothing has happened.

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  Gabriel

  Una planicie suspendida en el aire, segundo cielo tal vez. En este lugar, el futuro y el pasado no existen, nada altera el destino y todo lo altera (porque el destino es un círculo), cada pensamiento es todas las existencias, cualquier pregunta es inútil. En una pequeña choza está Gabriel. Por su cuerpo

  extraviado, su delgadez prodigiosa, su abandono paciente, descubro que ha envejecido. Yo lo cuido, una forma de dejarme cuidar. Afuera, acogidas al mismo deseo, múltiples figuras con los ojos cerrados, haciendo una elipse. Almas movedizas del cosmos, esferas dormidas. Visten túnicas pálidas. Imposible discernir en sus rostros la felicidad o la desgracia: tal la intensidad de lo que sienten. Y la luna quieta, traicionera. Y algunas luciérnagas. Y su canto de oeste a este, de un mundo a otro. Antes de abandonar la choza y partir, hay que ver con qué gracia me acomodo las alas inexistentes.

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  Gabriel

  A plane suspended in air, perhaps second heaven. In this place, past and future do not exist, nothing and everything will alter fate (because fate is a circle), each thought is every thing that is, all questions futile. In a small hut, Gabriel. His spellbound body, its eerie tapering, patient abandon, tell me that he has aged. I tend to him to place myself under his protection. Outside, communicants in one desire, many figures, eyes shut, forming an ellipse. Traveling souls of the cosmos, sleeping spheres. In pale tunics.

  Indiscernible their sentiment, neither joy nor sorrow, pure intensity. And the silent, traitorous moon. And a few fireflies. And their song from west to east, from one world to another. Before I leave the hut, you should see how gracefully I adjust my (nonexistent) wings.

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  Heráldica

  Por su fervor (ese algo de pasión no cerrada), por su cabellera de sombras, podría ser la encantadora de serpientes del aduanero Rousseau. Toma del mostrador del bar un colador de plástico celeste, me mira y como quien exige un destino, pregunta:

  —¿Qué significa esto para ti?

  Yo no sé qué decir. A lo mejor (pienso), la respuesta no existe. O es inhallable, de tan real. La mujer me observa impaciente. Salimos a una ciudad montañosa, encastrada en la
nieve, donde un cartel apunta a lo carente de dirección: una flecha y la palabra attirei.

  —Está en alemán —dice—. Quiere decir Tel Aviv. ¿Sabes?

  Cada persona guarda una herida. La herida es un pedazo de Dios.

  Ha hablado casi cantando, sonámbula, como si la hubiera horadado un secreto: la nostalgia de lo desconocido.

  Desde el fondo, nos mira una cierva: inmóvil, cubierta por un manto negro, agujereado en el sitio exacto en que han penetrado las flechas. Y yo que busco entender, pruebo palabras, combinaciones diversas: virgen cierva bañada en pintura dorada, o virgen con negra coraza agujereada que deja pasar el líquido dorado, o coraza que la pintará a círculos y ella será de infinitos colores, y así por un tiempo indigente hasta que oigo una voz que susurra, la cierva es la paciencia, dice, lo dice dulcemente.

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  Heraldry

  With her ardor (that hint of unleashed passion), her shadow mane, she could be the douanier Rousseau’s snake charmer. From the bar she takes a skyblue sieve, looks at me and, as if forcing me to choose a fate, demands:

  “What does this mean to you?”

  I don’t know what to say. Probably (I think to myself ), there is no answer. Or one so real that it is undiscoverable. The woman observes me impa-tiently. We go out onto the peaks of a city encrusted in snow, where a sign points beyond directions: an arrow and the word attirei.

  “It’s German,” she says. “It means Tel Aviv. You know? Everyone conceals a wound. That wound is part of God.”

  Her words spoken in singsong, sleepwalking, as if a secret had drilled her: nostalgia for the unknown.

  From the background, a doe watches us: motionless, covered with a black cloak, holes where arrows have pierced it. And I, attempting to understand, try words, various combinations: virgin doe bathed in gold paint or virgin with black perforated cuirass admitting golden ichor or cuirass that will paint her in circles and she will be infinite colors and so on for a time destitute until I hear a voice whispering, the doe is patience, it says, it says softly.

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  Van Gogh

  Contra los frágiles tallos, contra las bocas rojas de la sed, la monotonía reverdece. Los hombres avanzan a un ritmo de trigos febriles, soleados. Las hoces, acero filoso, como el río del tiempo, sesean contra el viento, repiten un compás semicircular como si quisieran dar forma a algún vértigo. Nosotras, taciturnas aldeanas de vívidos vestidos, recogemos las piedras en canastas de paja para que los hombres sieguen —sólo— el destino. Retrocedemos, pero no bastante rápido. Los hombres avanzan, ávidamente hechizados: nuestro amor es profundo. Comienzan a mutilar nuestros cuerpos. Se unta de sangre la hierba fresca mientras cantan las crestas azules de los gallos. La mañana inmensa no tiene fin. Los hombres lloran y siguen avanzando.

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  Van Gogh

  Against the fragile stalks, against the red mouths of thirst, monotony greens. Men advance to the

  rhythm of feverish, shining wheat. Sickles, sharp-edged steel, like the river of time, lisp against the wind, repeat a semicircular beat as if trying to find a form for vertigo. Taciturn village women in bright dresses, we gather up stones in straw baskets so that the men may reap—only—fate. We retreat, but not fast enough. The men advance, consumed with

  fascination: our love runs deep. They begin to mutilate our bodies. Blood smears the cool grass while blue cockcrests sing. The vast morning is endless. The men weep and march forward.

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  The Great Watcher

  Tejía un tapiz que contenía el laberinto de esta ciudad y del palacio, y le encargué a un ragazzo de pies ligeros que se extraviara allí, hasta encontrarte.

  Me di cuenta de que el tapiz me traería otro amante.

  No importa, siempre ocurre así: lo verdadero empieza o termina ausentándose. Te esperaré en una sala redonda, constelada de pájaros, en el umbral de esa puerta llena de noche y mundo, que da a lo inalterable. Como si dedicara un poema a una niña, se lo diera inconcluso para que lo urda cuando el sufrimiento deje de parecerle un país más real, espacioso. Yo haré más largo el camino a lo indecible.

  Yo seré el acto de tejer. Vos, el leopardo de cuernos múltiples que ha aparecido ahora en el brocado verde y observa todo como un heraldo,

  misteriosamente.

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  The Great Watcher

  I was weaving a tapestry containing the maze of this city and the palace, and I sent a swift-footed ragazzo to lose himself in it, until he found you. I understood that the tapestry would bring me another lover. It doesn’t matter, that is how it always happens: truth begins or ends by evaporating. I will await you in a circular room, constellated with birds, on the threshold of that door full of night and world, which opens onto the unalterable. Like dedicating an unfinished poem to a little girl, giving it to her to warp when suffering no longer seems a more

  authentic, spacious land. I will elongate the road to the unsayable. I will be the act of weaving. You, the leopard of multiple horns that has just now appeared on the green brocade and is observing it all like a herald, enigmatically.

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  El espejo del alma

  Como el alma que canta por sí misma

  en su limpia casa de cristal.

  — HERMANN BROCH

  Tuve que viajar a Nevada para verte. Una gran planicie rodeaba la casa donde me esperabas con una túnica blanca, más alta que de costumbre.

  Presentí que la casa existía en la memoria, cosa que confirmaste atravesando con tu brazo el hielo que suplantaba ahora a las paredes. Acostumbrada a esconderme en las palabras, quise darte una carta. Esa carta hablaba de las diferencias del río: lo que fue, lo que es, lo que será. Pero vos eras el río y la imagen del río, visto desde la altura (quiero decir, la furia misma). Me miraste, morada de ternura, bajo el color inconstante de la niebla.

  Terminé por tratar de pinchar la carta a tu

  plumaje pero te negaste, afable, como quien

  aprecia el esfuerzo de simular lo imposible. El pico tembló ligeramente. Me dejaste a merced de la felicidad, contemplándote, ahora que eras un enorme pájaro blanco.

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  Mirror of the Soul

  Like the soul that sings by itself

  in its clean crystal house.

  —HERMANN BROCH

  I had to travel to Nevada to see you. A wide plain surrounded the house where you awaited me in a white tunic, taller than usual. I sensed that the house was a figment of memory, something you confirmed by putting your arm through the ice that now replaced the walls. Accustomed to

  hiding in words, I wanted to give you a letter.

  That letter spoke of the variations of the river: what was, what is, what will be. But you were the river and the image of the river, seen from above (I mean, fury itself ). You gazed at me, livid with tenderness, in light of the inconstant color of fog.

  Finally I tried to pin the letter to your plumage but affably you declined, like one who appreciates the effort of feigning the impossible. Your beak quivered lightly. You left me at the mercy of happiness, contemplating you, now you were a great white bird.

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  La ciudad nómade

  Como si de tanto ser abril, abril se esfumara. Y yo, esa mujer cansada, sin saber qué hacer con tanta huída, dónde esconder las armas del exilio y la astucia. Al entrar, primero a un corredor y luego a un patio cuadrado y generoso, alcanzo a ver al hombre que tal vez me enseñe a amar. Por un beso, recogería ese umbral, ese cielo más hondo donde sueñan sus labios, abrazaría mis lágrimas futuras, esta penosa vida que me avanza. Pero no me

  detengo, el patio hierve: unos jóvenes corren, un auto frena en seco, rugen ametralladoras, la noche clandestina, hay un algo de nupcias con fantasmas, de cita cantada. De pronto, dice una voz a mi lado:

  —Corréte para atrás que ahí viene la ciudad.

  Veo que la ciudad se acerca y pasa por delante como si fuera un río. Una novia clara. Transcurre, de izquierda a derecha, lentamente, con su perfil de almenas y de lumbre. Albor
ozada, me pregunto por dónde he de cruzarla.

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  Nomadic City

  As if through an excess of April, April faded. And I exhausted, uncertain how to face such exodus, where to conceal the weapons of exile and

  cunning. Entering, first a hall and then a square, spacious patio, I glimpse the man who may teach me to love. For a kiss, I would accept that

  threshold, that deeper sky where his lips are dreaming, would embrace my future tears, this arduous life advancing within me. But I do not pause; the patio boils: some youths run by, a car brakes sharply, machine guns bellow, the

  clandestine night, a touch of commerce with

  ghosts, interrogations, a whiff of underground betrayed. Suddenly, a voice beside me says:

  “Back up, here comes the city.”

  I see the city approaching and flowing past me like a river. A lucedent bride. It transpires from left to right, slowly, its profile of parapet and light. Elated, I wonder where to cross.

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  El padre

  Mis hermanas y yo vivimos en el altillo de un edificio alegre y soleado. Nuestro padre ha venido a visitarnos. Nuestro padre y su cara oscura, él que nació en un barco y se parece a la felicidad como un libro aferrado a lo inexpresable. Nos honra tenerlo entre nosotras: hace magia, amenaza con el cine-de-las-sábanas-blancas, nos cuenta cuentos inciertos, como las costas de Noruega. Pero en un descuido resbala y se desnuca contra el balcón.

  Una de mis hermanas toma su cabeza, que es

  ahora de arcilla, y amorosamente hace con ella una obra de arte. La pinta. La coloca sobre un pedestal.